Al hablar sobre los criminales más letales de la historia, siempre pensamos en Jack el Destripador, Ted Bundy o John Wayne Gacy. De hecho, en 1998, el FBI afirmó que las asesinas en serie «no existían». Pero ¿qué hay de la infame condesa Erzsébet Báthory —apodada «la Condesa Sangrienta»—, de Mary Ann Cotton —virtuosa del «arsénico sin compasión»—, de Darya Nikolayevna Saltykova —«la Torturadora Rusa»—, de Nannie Doss —«la Abuelita Risueña»—, de Alice Kyteler —«la Hechicera de Kilkenny»— o de Kate Bender —«la Bella Rebanadora de Pescuezos»—? Ingenioso y provisto de un enfoque que arrincona las explicaciones fáciles («lo hizo por amor», «es un asunto hormonal», «un hombre malvado le obligó a hacerlo») y los tópicos machistas («era una femme fatale o una bruja»), este esclarecedor estudio glosa las actividades agresivas y predatorias que las mujeres más letales nos han legado para la posteridad.
Una sugerente compilación de damas letales, dotada de un vitriólico humor negro, que rescata del olvido a catorce maestras del crimen que hicieron de lo sangriento un arte: horneando deliciosos pasteles con sorpresa, manejando el cuchillo con habilidad mortal o administrando sibilinos venenos a prueba de autopsia.